Como si no hubiese tenido existencia previa, todo pareció que sucedía por primera vez a los catorce años. La primera vez que viajaba solo en tren. La primera vez que se perdía en el alboroto de una gran ciudad. La primera vez que tomaba el metro. La primera vez que se enamoraba, no de una mujer de carne y hueso, sino de una voz, delicada, cristalina, excitante, que decía: "Próxima parada, Sol".
Israel Rodríguez.
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