Tantas veces la había visto, y nunca la había visto. Pero aquel día,
que parecía cualquier día, ella se le apareció como de la nada,
envuelta en un abrigo inmensamente ROJO. Se oscureció todo alrededor, se
estrechó el pasillo mientras los pasos de ambos convergían, y al llegar
a su altura él reconoció la amapola y la cereza, la mujer a la que, sin
conocer, tan bien conocía.
Pasó de largo la princesa, y el
caballero torció las riendas de Destino, a galope tendido su corazón
tras la estela escarlata de pétalos infinitos.
Israel Rodríguez.
miércoles, 29 de abril de 2020
martes, 28 de abril de 2020
Examen "Erika" para 4º de ESO
Examen para 4º de ESO (sin soluciones).
Aquí, el examen solucionado.
Aquí, el examen solucionado.
Examen "Erika" pa... by IsraelProfedelengua on Scribd
domingo, 26 de abril de 2020
Examen "El muelle de San Blas" para 2º de ESO
Examen para 2º de ESO (sin soluciones).
Aquí, el examen solucionado.
Aquí, el examen solucionado.
Examen de 2º de ESO "E... by IsraelProfedelengua on Scribd
La muñeca
La niña, entre sollozos, a duras penas conseguía explicarse:
-¿Qué pasa?
-La... La muñe... ca... Vo... ló...
-¿Cómo que voló? ¿La tiraste por la ventana? ¿Cayó a la carretera?
-Saltó.... Voló...
-Te lo dije, "no la saques por la ventanilla", te lo dije...
-Pero tenemos que ir a buscarlaaaa... Mamiiiii, por favor...
-No, no vamos a dar la vuelta. Haber tenido más cuidado, ya te lo advertí.
-Mi muñecaaaaaaaaaaaaa...
La niña continuó llorando, desconsolada. Mientras, dos kilómetros más atrás, la muñeca se incorporó con dificultad, todavía atontada por el golpe, pero sorprendida por su propia audacia. Entonces sonrió y echó a andar, resuelta, triunfante, dispuesta a emprender la nueva vida de aventuras que siempre había soñado.
Israel Rodríguez
-¿Qué pasa?
-La... La muñe... ca... Vo... ló...
-¿Cómo que voló? ¿La tiraste por la ventana? ¿Cayó a la carretera?
-Saltó.... Voló...
-Te lo dije, "no la saques por la ventanilla", te lo dije...
-Pero tenemos que ir a buscarlaaaa... Mamiiiii, por favor...
-No, no vamos a dar la vuelta. Haber tenido más cuidado, ya te lo advertí.
-Mi muñecaaaaaaaaaaaaa...
La niña continuó llorando, desconsolada. Mientras, dos kilómetros más atrás, la muñeca se incorporó con dificultad, todavía atontada por el golpe, pero sorprendida por su propia audacia. Entonces sonrió y echó a andar, resuelta, triunfante, dispuesta a emprender la nueva vida de aventuras que siempre había soñado.
Israel Rodríguez
Examen "Putas" para 4º de ESO
Examen para 4º de ESO (sin soluciones).
Aquí, el examen solucionado.
Aquí, el examen solucionado.
Examen "Putas" pa... by IsraelProfedelengua on Scribd
jueves, 23 de abril de 2020
Céline
Sí, era ella. Los años habían conferido un barniz de madurez al
rostro aniñado que recordaba. Pero era ella: los mismos ojos vivos, la
misma nariz chata, los mismos pómulos marcados y redondeados, el mismo
pelo lacio derramándose sobre los hombros…
A Velasco no le había resultado fácil encontrarla. Sin lazos ya con amigos comunes de la época, llegó a dudar incluso de su nombre. ¿Existías de verdad, Céline? ¿O eras Aurelie? ¿Natalie? No, no, Céline. Cé-li-ne… Un día como otro cualquiera, sin proponérselo, recordó su apellido: Levallois. Céline Levallois. Con una ansiedad febril, encendió el portátil, abrió el navegador y tecleó nombre y apellido en Facebook.
CÉLINE LEVALLOIS.
Pero todas las Céline Levallois eran demasiado mayores, demasiado jóvenes, demasiado insulsas. Entonces buscó en Google:
CÉLINE LEVALLOIS ST PETERSBOURG.
La ciudad que habían compartido con ella veinte años antes.
El único resultado de la búsqueda:
CÉLINE LEVALLOIS … ÉCOLE 74… ASSISTANTE DE FRANÇAIS… 1994… ST PETERSBOURG.
Era una web francesa de reencuentro de antiguos alumnos. Velasco no tuvo que registrarse en la página para que una fotografía en tonos sepia llenara la pantalla del ordenador. Se le encogió el corazón. Era ella. Céline…
Los recuerdos se desbocaron, como una fuerza de un millón de amperios viajando de torre en torre por un cable de alta tensión… Aquella primera vez que nos cruzamos en la residencia… Fuiste como una aparición, una damisela que flotaba sobre las baldosas del pasillo… Y aquella vez que me propusiste que practicase español contigo… Qué graciosos errores sintácticos cometías… Y aquella vez que paseamos en barca por los canales… Pero quisiste sentarte enfrente, en vez de a mi lado… Y aquella vez que te invité a cenar, y tú trajiste crêpes de postre… Qué malos estaban, Céline… Y aquella excursión en grupo a Moscú en la que tú me ignoraste calculadamente… Y la Plaza Roja se transformó en un palacio de la tortura… Y aquella vez que te insinuaste en mi cuarto, y yo, que te deseaba y te temía al mismo tiempo, fingí no darme cuenta…
Velasco leyó sorprendido el número de ciudades en las que ella había trabajado desde que se habían visto por última vez. Una ciudad cada año: Dublín, Copenhague, Edimburgo, Estocolmo, Londres… Los climas fríos y lluviosos te atraían, aunque nunca fueras capaz de echar raíces en ningún sitio, Céline. ¿Qué buscabas? ¿De qué huías, Céline?
La página estaba desactualizada, y los hitos de su biografía acababan en 2006. ¿Dónde estabas ahora, Céline? ¿Quién eras ahora? Ningún dato hacía referencia a su situación personal. ¿Te habías casado, Céline? ¿Tenías hijos? Céline…
Meditó durante un minuto, y escribió:
CÉLINE LEVALLOIS TEACHER.
¿Seguías siendo profesora, Céline? Tres resultados. El primero, un perfil profesional en LinkedIn:
CÉLINE LEVALLOIS … FRENCH TRAINER... FRENCH TEACHER.
Sí, te gustaba ser profesora, aunque tus alumnos decían que eras demasiado dura, demasiado exigente… La misma coraza que empleabas con todos aquellos que trataban de acercarse a ti, Céline.
El segundo resultado era un foro de profesores de idiomas, una propuesta de intercambio de cartas entre tus alumnos ingleses y estudiantes francófonos de otros países. Cartas, la carta, aquella carta, aquella carta tuya, Céline…
El tercero, un anuncio de clases particulares:
I AM A UK QUALIFIED FRENCH NATIVE TEACHER.
25 libras la hora. Pagaría 500, Céline, por media hora contigo, para que me explicases por qué te fuiste así, sin despedirte, con esa carta tan fría y emocionante –solo tú eras capaz de eso, Céline-, ese sobre de color pastel que dejaste en recepción, pour Velasco, ese papel que desdoblé despacio, despacio, esas frases que leí y releí, y que me dejaron conmocionado… Aquella carta en la que me pedías perdón y me perdonabas, me dabas tiempo y me lo quitabas…
En el anuncio aparecía su correo electrónico: nelicelevallois@yahoo.fr. Las sílabas de tu nombre al revés, como si jugases a arrepentirte de ti misma, Céline. Tu correo electrónico. El timbre de tu puerta, Céline.
Como un autómata, Velasco abrió su cuenta de correo, hizo click en REDACTAR y escribió aquella dirección en la ventana de destinatario.
PARA nelicelevallois@yahoo.fr.
Sus dedos acariciaban el teclado, sin saber qué escribir en ASUNTO: “Céline, te he encontrado”. Le pareció demasiado sentencioso. Borró. “Mademoiselle Levallois, bonjour!”. Le pareció demasiado jovial. Borró. “¡Céline, no me lo puedo creer!” Le pareció demasiado dramático. Borró. Al fin se decidió:
CÉLINE, C’EST TOI?
Y en el espacio reservado al texto repitió:
CÉLINE, C’EST TOI?
No quiso escribir nada más. Hizo click en ENVIAR, con el mismo miedo y excitación con que un aprendiz de mago recita un conjuro prohibido. Pero durante los minutos, las horas siguientes, deseó que aquella cuenta de correo ya no existiese. Intuía un cataclismo colosal, aunque no podía evitar revisar el correo cada diez minutos.
Quiso dormir algo, pero no pudo.
Finalmente, varias horas después, en su cuenta de correo apareció el aviso de UN MENSAJE NUEVO en la bandeja de entrada. De nelicelevallois@yahoo.fr. Eras tú, Céline.
Y en el ASUNTO:
OUI, C’EST MOI.
Eras tú, Céline. Ya no eras un brumoso recuerdo del pasado, ni un delirio del presente. Eras tú. Eras real, Céline. Estabas ahí, y hablabas conmigo.
Entonces Velasco inspiró hondo e hizo click en el MENSAJE. Cerró los ojos mientras se cargaba el texto, consciente de vivir uno de esos momentos cruciales, críticos, tras los que la vida ya no vuelve a ser la misma, pase lo que pase.
Israel Rodríguez
A Velasco no le había resultado fácil encontrarla. Sin lazos ya con amigos comunes de la época, llegó a dudar incluso de su nombre. ¿Existías de verdad, Céline? ¿O eras Aurelie? ¿Natalie? No, no, Céline. Cé-li-ne… Un día como otro cualquiera, sin proponérselo, recordó su apellido: Levallois. Céline Levallois. Con una ansiedad febril, encendió el portátil, abrió el navegador y tecleó nombre y apellido en Facebook.
CÉLINE LEVALLOIS.
Pero todas las Céline Levallois eran demasiado mayores, demasiado jóvenes, demasiado insulsas. Entonces buscó en Google:
CÉLINE LEVALLOIS ST PETERSBOURG.
La ciudad que habían compartido con ella veinte años antes.
El único resultado de la búsqueda:
CÉLINE LEVALLOIS … ÉCOLE 74… ASSISTANTE DE FRANÇAIS… 1994… ST PETERSBOURG.
Era una web francesa de reencuentro de antiguos alumnos. Velasco no tuvo que registrarse en la página para que una fotografía en tonos sepia llenara la pantalla del ordenador. Se le encogió el corazón. Era ella. Céline…
Los recuerdos se desbocaron, como una fuerza de un millón de amperios viajando de torre en torre por un cable de alta tensión… Aquella primera vez que nos cruzamos en la residencia… Fuiste como una aparición, una damisela que flotaba sobre las baldosas del pasillo… Y aquella vez que me propusiste que practicase español contigo… Qué graciosos errores sintácticos cometías… Y aquella vez que paseamos en barca por los canales… Pero quisiste sentarte enfrente, en vez de a mi lado… Y aquella vez que te invité a cenar, y tú trajiste crêpes de postre… Qué malos estaban, Céline… Y aquella excursión en grupo a Moscú en la que tú me ignoraste calculadamente… Y la Plaza Roja se transformó en un palacio de la tortura… Y aquella vez que te insinuaste en mi cuarto, y yo, que te deseaba y te temía al mismo tiempo, fingí no darme cuenta…
Velasco leyó sorprendido el número de ciudades en las que ella había trabajado desde que se habían visto por última vez. Una ciudad cada año: Dublín, Copenhague, Edimburgo, Estocolmo, Londres… Los climas fríos y lluviosos te atraían, aunque nunca fueras capaz de echar raíces en ningún sitio, Céline. ¿Qué buscabas? ¿De qué huías, Céline?
La página estaba desactualizada, y los hitos de su biografía acababan en 2006. ¿Dónde estabas ahora, Céline? ¿Quién eras ahora? Ningún dato hacía referencia a su situación personal. ¿Te habías casado, Céline? ¿Tenías hijos? Céline…
Meditó durante un minuto, y escribió:
CÉLINE LEVALLOIS TEACHER.
¿Seguías siendo profesora, Céline? Tres resultados. El primero, un perfil profesional en LinkedIn:
CÉLINE LEVALLOIS … FRENCH TRAINER... FRENCH TEACHER.
Sí, te gustaba ser profesora, aunque tus alumnos decían que eras demasiado dura, demasiado exigente… La misma coraza que empleabas con todos aquellos que trataban de acercarse a ti, Céline.
El segundo resultado era un foro de profesores de idiomas, una propuesta de intercambio de cartas entre tus alumnos ingleses y estudiantes francófonos de otros países. Cartas, la carta, aquella carta, aquella carta tuya, Céline…
El tercero, un anuncio de clases particulares:
I AM A UK QUALIFIED FRENCH NATIVE TEACHER.
25 libras la hora. Pagaría 500, Céline, por media hora contigo, para que me explicases por qué te fuiste así, sin despedirte, con esa carta tan fría y emocionante –solo tú eras capaz de eso, Céline-, ese sobre de color pastel que dejaste en recepción, pour Velasco, ese papel que desdoblé despacio, despacio, esas frases que leí y releí, y que me dejaron conmocionado… Aquella carta en la que me pedías perdón y me perdonabas, me dabas tiempo y me lo quitabas…
En el anuncio aparecía su correo electrónico: nelicelevallois@yahoo.fr. Las sílabas de tu nombre al revés, como si jugases a arrepentirte de ti misma, Céline. Tu correo electrónico. El timbre de tu puerta, Céline.
Como un autómata, Velasco abrió su cuenta de correo, hizo click en REDACTAR y escribió aquella dirección en la ventana de destinatario.
PARA nelicelevallois@yahoo.fr.
Sus dedos acariciaban el teclado, sin saber qué escribir en ASUNTO: “Céline, te he encontrado”. Le pareció demasiado sentencioso. Borró. “Mademoiselle Levallois, bonjour!”. Le pareció demasiado jovial. Borró. “¡Céline, no me lo puedo creer!” Le pareció demasiado dramático. Borró. Al fin se decidió:
CÉLINE, C’EST TOI?
Y en el espacio reservado al texto repitió:
CÉLINE, C’EST TOI?
No quiso escribir nada más. Hizo click en ENVIAR, con el mismo miedo y excitación con que un aprendiz de mago recita un conjuro prohibido. Pero durante los minutos, las horas siguientes, deseó que aquella cuenta de correo ya no existiese. Intuía un cataclismo colosal, aunque no podía evitar revisar el correo cada diez minutos.
Quiso dormir algo, pero no pudo.
Finalmente, varias horas después, en su cuenta de correo apareció el aviso de UN MENSAJE NUEVO en la bandeja de entrada. De nelicelevallois@yahoo.fr. Eras tú, Céline.
Y en el ASUNTO:
OUI, C’EST MOI.
Eras tú, Céline. Ya no eras un brumoso recuerdo del pasado, ni un delirio del presente. Eras tú. Eras real, Céline. Estabas ahí, y hablabas conmigo.
Entonces Velasco inspiró hondo e hizo click en el MENSAJE. Cerró los ojos mientras se cargaba el texto, consciente de vivir uno de esos momentos cruciales, críticos, tras los que la vida ya no vuelve a ser la misma, pase lo que pase.
Israel Rodríguez
Examen "Puente" para 3º de ESO
Examen para 3º de ESO (sin soluciones).
Aquí, el examen solucionado.
Aquí, el examen solucionado.
Examen Lazarillo "Puen... by IsraelProfedelengua on Scribd
Abrázame más fuerte
-Fuerte… ¡Más fuerte!
Y él la apretaba con fuerza entre sus brazos.
-Flojito…
Y él dejaba de apretar.
-Te quiero papá. Te quiero mucho.
A él se le llenaron los ojos de lágrimas:
-Yo también te quiero, princesa. ¿Te acuerdas? Mucho, como la trucha al trucho…
Una risita, una pausa breve, y otra vez:
-Abrázame fuerte. Más fuerte. ¡Más fuerte! ¡Flojito, flojito…!
El juego siguió hasta que la niña quedó rendida por el sueño. Luego él la arropó, la besó en la frente, y dejó la puerta de la habitación entreabierta, como solía hacer, para espantar con la luz del pasillo los fantasmas de la oscuridad.
Israel Rodríguez
Y él la apretaba con fuerza entre sus brazos.
-Flojito…
Y él dejaba de apretar.
-Te quiero papá. Te quiero mucho.
A él se le llenaron los ojos de lágrimas:
-Yo también te quiero, princesa. ¿Te acuerdas? Mucho, como la trucha al trucho…
Una risita, una pausa breve, y otra vez:
-Abrázame fuerte. Más fuerte. ¡Más fuerte! ¡Flojito, flojito…!
El juego siguió hasta que la niña quedó rendida por el sueño. Luego él la arropó, la besó en la frente, y dejó la puerta de la habitación entreabierta, como solía hacer, para espantar con la luz del pasillo los fantasmas de la oscuridad.
Israel Rodríguez
miércoles, 22 de abril de 2020
Examen "Ego sum Claudius" para 4º de ESO
Examen de Latín (sin soluciones) a partir de una historieta gráfica, para repasar las dos primeras declinaciones, el verbo ser y otros contenidos fundamentales.
Aquí, el examen solucionado.
Aquí, el examen solucionado.
Examen "Ego sum Claudi... by IsraelProfedelengua on Scribd
El sello
Él le dijo que se desvistiera, y ella obedeció. Se azoró
cuando la vio desabotonarse el vestido y su cuerpo desnudo apareció,
como la carne de una fruta tierna después de quitársele una cáscara
molesta. El hombre recorrió con los ojos su cuello, sus hombros, sus
pechos, su cintura, sus muslos… Sintió un hormigueo intenso, y después
el monstruo que se despertaba desde las cavernas del deseo, calentándole
las mejillas. A duras penas consiguió contenerse, y con una voz que no
ocultaba su desazón, le ordenó sentarse. Pudo respirar el aroma a
primavera de su piel mientras la inmovilizaba con las correas. El roce
leve de su mano lo ruborizó. Después cogió el sello de metal y lo
imprimió en su antebrazo. Ella no se quejó, y su entereza acabó de
desconcertarle. Pero trató de recobrar la compostura:
-Bienvenida, A 25747.
Por primera vez cruzó sus ojos con los de él. Eran unos ojos negros y profundos.
-Me llamo Rebeca Raznovich.
Y recalcó cada sílaba con una dignidad desafiante.
La insolencia de aquella mujer le devolvió a la realidad. Estaba siendo muy poco profesional. Le sostuvo la mirada como pudo, y se esforzó en una mal disimulada indiferencia:
-Tú no eres nadie. Tú ya no tienes nombre.
Le señaló la puerta. Ella se vistió un uniforme de rayas, adornado con una estrella amarilla, y salió de la estancia, con el paso firme y la cabeza alta. Él todavía la persiguió en una última mirada furtiva. Y luego gritó con fuerza, como quien recupera la energía perdida después de un momento de debilidad:
-¡El siguiente!
Israel Rodríguez
-Bienvenida, A 25747.
Por primera vez cruzó sus ojos con los de él. Eran unos ojos negros y profundos.
-Me llamo Rebeca Raznovich.
Y recalcó cada sílaba con una dignidad desafiante.
La insolencia de aquella mujer le devolvió a la realidad. Estaba siendo muy poco profesional. Le sostuvo la mirada como pudo, y se esforzó en una mal disimulada indiferencia:
-Tú no eres nadie. Tú ya no tienes nombre.
Le señaló la puerta. Ella se vistió un uniforme de rayas, adornado con una estrella amarilla, y salió de la estancia, con el paso firme y la cabeza alta. Él todavía la persiguió en una última mirada furtiva. Y luego gritó con fuerza, como quien recupera la energía perdida después de un momento de debilidad:
-¡El siguiente!
Israel Rodríguez
martes, 21 de abril de 2020
El Imperio Romano en 10 minutos
Los chicos de Academia Play son expertos en síntesis. Merece la pena verlo.
Examen "Columbae et formicae Phabula" para 4º de ESO
Examen de Latín (sin soluciones) a partir de una fábula de Esopo, para repasar la primera declinación y otros contenidos elementales.
Examen Latín "Columbae... by IsraelProfedelengua on Scribd
jueves, 16 de abril de 2020
El palacio de cristal
Era un hombrecillo absolutamente insulso, con una vida ordinaria
desprovista del más mínimo interés. Pero en el interior de su cuarto de
baño, García era alguien extraordinario. La mampara de la ducha era un
pasaje a un mundo de maravillas, del que él era simultáneamente creador y
criatura. Bajo el chorro de agua caliente, reblandecida la epidermis y
dilatados los capilares, ese hombrecillo minúsculo viajaba en el tiempo y
en el espacio para vivir las vidas que él no podía vivir. Construía sus
historias meticulosamente, disfrutando de cada detalle de cada destino,
de cada curva de cada mujer que amaba. El tiempo se detenía bajo esa
lluvia de sensaciones. A sus ojos las gotas caían muy despacio, tanto
que si quisiera, podría contarlas.
Al principio aquello no fue más que un juego inocente, pero poco a poco se convirtió en un rito adictivo. Su ducha se transformó en su vida. Nada había más allá de los límites de la mampara, nada más que aquellos sueños fantásticos envueltos en la bruma de vapor. Y un día decidió encerrarse para siempre entre aquellos muros de vidrio templado. Tomar una ducha eterna. El viaje definitivo. Y así fue. Tras unas horas, su corazón apenas palpitaba ya, pero su mente volaba poderosa por Oriente. Después de dos días enteros bajo el agua, su piel se había disuelto en una especie de velo translúcido. Y a la mañana del tercer día, mientras le hacía el amor a una princesa persa, todo él acabó por deshacerse en una pasta acuosa, todo él se derramó por el sumidero, hasta que desapareció por las cañerías de las identidades vacías, hacia las alcantarillas del olvido.
Israel Rodríguez
Al principio aquello no fue más que un juego inocente, pero poco a poco se convirtió en un rito adictivo. Su ducha se transformó en su vida. Nada había más allá de los límites de la mampara, nada más que aquellos sueños fantásticos envueltos en la bruma de vapor. Y un día decidió encerrarse para siempre entre aquellos muros de vidrio templado. Tomar una ducha eterna. El viaje definitivo. Y así fue. Tras unas horas, su corazón apenas palpitaba ya, pero su mente volaba poderosa por Oriente. Después de dos días enteros bajo el agua, su piel se había disuelto en una especie de velo translúcido. Y a la mañana del tercer día, mientras le hacía el amor a una princesa persa, todo él acabó por deshacerse en una pasta acuosa, todo él se derramó por el sumidero, hasta que desapareció por las cañerías de las identidades vacías, hacia las alcantarillas del olvido.
Israel Rodríguez
Rincón de Reyes
Descendió la Gran Vía despacio, escondido bajo un abrigo viejo.
Caminaba cabizbajo, con la mirada perdida en el suelo, ajeno a la marea
de gente que iba y venía, acera arriba, acera abajo. Al fin acabó la
calle y se detuvo, sin saber qué dirección tomar. Alzó la frente y vio
el espacio abierto de la Plaza de España, y a continuación, la inmensa
mole de la Torre de Madrid, que recortaba el horizonte entre las luces
del crepúsculo. Giró entonces hacia su derecha, por la pequeña y
discreta calle de Reyes. Vislumbró a una decena de metros una taberna,
en el bajo de un edificio de ladrillo. En la puerta, dibujadas en
ventanales, palabras que invitaban a entrar: Tostas, vinos, cafés, vermús, combinados.
Aceptó la invitación y entró. Pidió un vodka con tónica, que le trajo
sin demasiada ceremonia una camarera de acento extranjero. Miró con
disgusto la rodaja de limón en el fondo del vaso, pero no protestó. La
bebida estaba demasiado ácida, demasiado fuerte, pero apuró la copa de
un trago. Pidió una segunda copa.
Tres chicas jóvenes entraron, alegres, ruidosas, por la puerta, y se sentaron frente a él. Las tres estaban muy maquilladas, vestidas informalmente las tres con deportivas, mallas ajustadas y jerséis de lana flojos. Le parecieron actrices, o bailarinas, sí, bailarinas, seguramente las bailarinas de alguno de esos jodidos musicales que últimamente estaban tan de moda. Hablaban, reían con excitación. Brindaron con agua mineral, bebieron a la salud de un nuevo proyecto que cambiaría sus vidas, y siguieron charlando animosamente, sin advertir al hombre desconocido que las miraba fijamente. A él una de ellas le pareció especialmente hermosa, una diosa pelirroja de pelo alborotado, y no pudo dejar de mirarla, tan pura, tan perfecta. Le atravesó una puñalada de envidia. Embotado por el vodka, abrumado por la luz que irradiaba aquella Bella Trinidad, su semblante acabó por oscurecerse por completo. Apretó las mandíbulas, y ciego de rencor, odió con todas sus fuerzas aquellas beldades que le recordaban de manera tan evidente su existencia triste y marchita, en especial aquella ninfa roja, edénica, aquella puta que parecía que iba a reventar de felicidad. Al fin ellas se levantaron y pagaron la cuenta. La mujer pelirroja anunció que debía ir al baño, y propuso a sus compañeras que la esperaran en bastidores. La puerta de atrás de un teatro estaba a apenas unos metros de la taberna.
Solo una hora más tarde, comenzó la función en el Coliseum, donde se estrenaba la última versión de un célebre musical, esperado con expectación desde hacía semanas. Se apagó la luz, se hizo la música. La espectacular puesta en escena provocó los primeros murmullos de aprobación, y la mágica aparición del grupo de bailarinas arrancó los primeros aplausos. La simetría de sus movimientos no era, sin embargo, completa: una bailarina, para la que no había sustituta, faltaba. El coreógrafo estaba endemoniado por la ausencia inesperada, pero nadie en el público pareció advertir la anomalía. De hecho, los espectadores acabaron coreando en éxtasis las canciones del musical, y finalmente dedicaron a los protagonistas un aplauso de varios minutos. Los titulares del periódico del día siguiente alabaron en letras capitales el estreno, y el crítico especializado auguró meses y meses de éxito continuado. En la sección de sucesos, en letra más menuda, pasó más inadvertida la noticia de la muerte de una mujer de veintitrés años, de iniciales L.O.B., asesinada en el baño de una taberna de la calle Reyes.
Israel Rodríguez
Tres chicas jóvenes entraron, alegres, ruidosas, por la puerta, y se sentaron frente a él. Las tres estaban muy maquilladas, vestidas informalmente las tres con deportivas, mallas ajustadas y jerséis de lana flojos. Le parecieron actrices, o bailarinas, sí, bailarinas, seguramente las bailarinas de alguno de esos jodidos musicales que últimamente estaban tan de moda. Hablaban, reían con excitación. Brindaron con agua mineral, bebieron a la salud de un nuevo proyecto que cambiaría sus vidas, y siguieron charlando animosamente, sin advertir al hombre desconocido que las miraba fijamente. A él una de ellas le pareció especialmente hermosa, una diosa pelirroja de pelo alborotado, y no pudo dejar de mirarla, tan pura, tan perfecta. Le atravesó una puñalada de envidia. Embotado por el vodka, abrumado por la luz que irradiaba aquella Bella Trinidad, su semblante acabó por oscurecerse por completo. Apretó las mandíbulas, y ciego de rencor, odió con todas sus fuerzas aquellas beldades que le recordaban de manera tan evidente su existencia triste y marchita, en especial aquella ninfa roja, edénica, aquella puta que parecía que iba a reventar de felicidad. Al fin ellas se levantaron y pagaron la cuenta. La mujer pelirroja anunció que debía ir al baño, y propuso a sus compañeras que la esperaran en bastidores. La puerta de atrás de un teatro estaba a apenas unos metros de la taberna.
Solo una hora más tarde, comenzó la función en el Coliseum, donde se estrenaba la última versión de un célebre musical, esperado con expectación desde hacía semanas. Se apagó la luz, se hizo la música. La espectacular puesta en escena provocó los primeros murmullos de aprobación, y la mágica aparición del grupo de bailarinas arrancó los primeros aplausos. La simetría de sus movimientos no era, sin embargo, completa: una bailarina, para la que no había sustituta, faltaba. El coreógrafo estaba endemoniado por la ausencia inesperada, pero nadie en el público pareció advertir la anomalía. De hecho, los espectadores acabaron coreando en éxtasis las canciones del musical, y finalmente dedicaron a los protagonistas un aplauso de varios minutos. Los titulares del periódico del día siguiente alabaron en letras capitales el estreno, y el crítico especializado auguró meses y meses de éxito continuado. En la sección de sucesos, en letra más menuda, pasó más inadvertida la noticia de la muerte de una mujer de veintitrés años, de iniciales L.O.B., asesinada en el baño de una taberna de la calle Reyes.
Israel Rodríguez
La carretera
Mientras dejaba atrás una curva tras otra, pensaba en lo sencillo que
sería cerrar los ojos, dejar ir el coche de frente, flotar en el vacío,
recibir la comunión de la muerte en aquellos barrancos olvidados de la
mano de Dios. Mil años tardarían en encontrar el coche. Pero al
acercarse la curva, invariablemente pisaba el freno, reducía marcha,
giraba el volante, pisaba acelerador, subía marcha. Cobarde. En las
rectas, las líneas discontinuas de la carretera ejercían un efecto
hipnótico, que parecía que iba a darle el suficiente valor, y nuevamente
la tentación de acabar con todo aquel sufrimiento inútil, de resolver así aquel rompecabezas imposible. Al fin y al
cabo, nadie pensaría que lo habría hecho a propósito. Se quedó dormido,
qué tragedia. Pero invariablemente con cada curva repetía la misma
secuencia freno-marcha-volante-acelerador-marcha, y el coche seguía
testarudo la sinuosa senda de asfalto, como persiguiendo su propio
destino. Entre las sombras nocturnas emergieron como fantasmas los
primeros edificios grises de la ciudad; finalmente se detuvo frente a un
destartalado bloque de apartamentos. Aparcó, apagó el motor y dejó caer
la frente sobre el pecho, las lágrimas sobre la barbilla. Al rato alzó
la cabeza. Tras una ventana del sexto piso, una figura oscura. Y un movimiento rápido de cortinas. Luego miró a través del espejo retrovisor. La niña, desde su
sillita, le dedicó una sonrisa. Ya hemos llegado, papi. Sí, cariño –y su
voz sollozante repitió- ya hemos llegado.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
El sapo
Cuando despertó, el sapo todavía seguía allí. Gordo, babeante, ridículo.
Y sintió náuseas, náuseas del sapo, de sí misma, náuseas de veinte años
de vida tirados a la basura.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
Fisonomía
La nuca no era la nuca, ni el omóplato el omóplato, ni la espalda la
espalda, ni la cintura la cintura. La nuca, el omóplato, la espalda, la
cintura… eran la Tortura, el Morbo, la Magia, la Locura.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
Conversión
Un roce accidental bastó, una mirada tímida, una sonrisa sincera. Él
se convirtió aquel día. Dos de diciembre de mil novecientos noventa y
cinco.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
martes, 14 de abril de 2020
El Genio y el camellero
Niega tus deseos, y hallarás lo que desea tu corazón (San Juan de la Cruz).
Exactamente aquí, en este lugar, bendito sea Allah-Taala, creador de todo, benefactor de los camelleros de Arabia, el Genio salió de su prisión desorientado, aturdido tras el sueño centenario. El camellero había imaginado la fantástica aparición cientos de veces, desde el momento en el que la Lámpara se había cruzado en su camino, tres días y tres noches antes, a las puertas del Gran Desierto. Un reflejo en la arena y después la certeza de la leyenda, la esperanza de una vida sin hambre y sin sed. Pero nunca hubiese pensado que el Genio habría presentado ese aspecto frágil y desaliñado. Por eso no quiso resultarle molesto, y apuró el momento decisivo.
Exactamente aquí, en este lugar, bendito sea Allah-Taala, creador de todo, benefactor de los camelleros de Arabia, el Genio salió de su prisión desorientado, aturdido tras el sueño centenario. El camellero había imaginado la fantástica aparición cientos de veces, desde el momento en el que la Lámpara se había cruzado en su camino, tres días y tres noches antes, a las puertas del Gran Desierto. Un reflejo en la arena y después la certeza de la leyenda, la esperanza de una vida sin hambre y sin sed. Pero nunca hubiese pensado que el Genio habría presentado ese aspecto frágil y desaliñado. Por eso no quiso resultarle molesto, y apuró el momento decisivo.
-Yinn... Los deseos...-su voz apenas resultó audible.
-Solo uno-. Al Genio se le notaba incómodo y desganado.
El camellero se decepcionó. Había pensado bien en cada uno de sus tres deseos, pero no le quedó más remedio que adelantar la que iba a ser su tercera petición. Habló con pausa, para no equivocar las palabras:
-Yinn... Deseo no desear nada nunca más.
El Genio prestó entonces atención al hombre menudo que aguardaba expectante, y le devolvió una mirada de sorpresa, primero, y luego de compasión. Todo fue rápido. Una cimitarra rasgando el aire. Un corte limpio en la garganta. Una muerte indolora. La sangre del camellero que empapa la arena, una fuente que brota, un charco, un estanque, un oasis espléndido, bendito sea Allah-Taala, creador de todo, benefactor de los camelleros de Arabia.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
Examen "Vino" para 3º de ESO
Examen para 3º de ESO (sin soluciones).
Aquí, el examen solucionado.
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domingo, 12 de abril de 2020
Examen "Bicicleta" para 2º de ESO
Examen para 2º de ESO (sin soluciones).
Aquí, el examen solucionado.
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miércoles, 8 de abril de 2020
Kevin Carter
Kevin Carter condujo durante horas hasta reconocer el lugar en el que
jugaba de niño. Salió de la furgoneta, revolvió unos trastos en el
maletero, volvió a sentarse en el asiento. El Mphongolo seguía siendo la
risueña corriente de agua que recordaba; cerró los ojos y revivió
aquellas sencillas tardes veraniegas de risas y chapuzones. Los párpados
le pesaban cada vez más, pero se sentía en paz. Se quedaría para
siempre allí, donde había sido feliz por primera y última vez, feliz,
feliz, inconscientemente feliz, antes de que ese miserable trabajo de
fotografiar las tragedias del mundo hubiese emparedado en cal su
corazón. Esa jodida fotografía, tan meditada durante casi media hora,
aquella diagonal perfecta con el buitre en la parte superior, esperando,
él también esperando, venga pájaro, extiende las putas alas que el
efecto va a ser la hostia, la niña en la parte inferior, muriendo,
muriendo, esa jodida fotografía que lo había perseguido implacable -¿y
después no la salvaste, a la niña, no la salvaste?-, esa jodida
fotografía perdía poco a poco el contraste hasta que ya no era sino un
nebuloso conjunto de manchas blanquecinas. El jodido Sudán entero era ya
una pálida nebulosa. El jodido mundo entero -gracias a Dios- era ya una
pálida nebulosa. Carter encendió la radio y tarareó una canción de un
viejo casette, hasta que el monóxido de carbono lo sumió definitivamente
en un sueño placentero, largo, ese que el insomnio del Destino le había
negado durante años.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
En el momento apropiado
Se dijo a sí mismo que en el momento apropiado descorcharía aquel vino
de tan extraordinaria añada. Los días y las semanas y los meses y los
años pasaron. Hubo varios nacimientos, alguna boda, muchas celebraciones. Hubo también varios entierros, antes de que finalmente el
siguiente fuera el suyo. Su único hijo heredó, entre otras cosas menores,
aquella magnífica botella. Y mientras pensaba en lo efímero de la vida,
el joven guardó en un armario, bajo llave, aquel precioso legado de su
padre, aquel gran reserva que sin duda descorcharía en el momento
apropiado.
Israel Rodríguez.
Israel Rodríguez.
Historia de la Creación
Creó Dios los
cielos y la tierra, y todo lo que en ellos hay. En seis días los creó, y
al séptimo descansó. Y entonces, en un solo día, el séptimo, el hombre
jodió todo lo que Dios había creado.
Israel Rodríguez.
Israel Rodríguez.
lunes, 6 de abril de 2020
Análisis sintáctico
Aquí tenéis un pdf con la teoría y las pautas necesarias para realizar
un análisis sintáctico (de una oración simple). Con ejercicios prácticos
resueltos. Os resultará útil para los que estáis en 2º y 3º, e incluso para los de 4º, aunque sea como repaso.
domingo, 5 de abril de 2020
Comentario de texto de "A un olmo seco", de Machado
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La Gran Decisión
A las 7:57, como cada mañana desde hacía demasiados años, Domínguez fichó en
el portal de entrada, llegó a su cubículo y se acomodó en la silla. A las 8:01 encendió el ordenador y escribió en el buscador de internet el
nombre de un diario deportivo en el que consultar los resultados de la
quiniela futbolística: primero A, luego S. Tenía que llegar ese golpe de suerte que se merecía, joder. Se sorprendió cuando la función "autocompletar" de Google le mostró una realidad, la suya, de una manera inobjetable, demoledora. Asco de vida.
Pero era la inyección de valor que necesitaba para tomar La Gran
Decisión. Un minuto más tarde, a las 8:02, su cuerpo yacía despedazado
sobre el techo de una furgoneta de reparto, veintiún pisos más abajo.
Israel Rodríguez
Israel Rodríguez
viernes, 3 de abril de 2020
Sobre el Lazarillo de Tormes
Aquí tenéis una versión digital del Lazarillo de Tormes en pdf (edición adaptada).
Una alternativa para entrar en materia es este vídeo de Javier Ruescas:
Una alternativa para entrar en materia es este vídeo de Javier Ruescas:
jueves, 2 de abril de 2020
Panorama histórico-cultural de la antigua Roma
Los alumnos de Latín tenéis aquí una panorámica histórica y cultural de la antigua Roma que os permitirá tener una perspectiva más completa de todo lo que estamos trabajando en clase. ¡Espero que os sea útil!
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