Tantas veces la había visto, y nunca la había visto. Pero aquel día,
que parecía cualquier día, ella se le apareció como de la nada,
envuelta en un abrigo inmensamente ROJO. Se oscureció todo alrededor, se
estrechó el pasillo mientras los pasos de ambos convergían, y al llegar
a su altura él reconoció la amapola y la cereza, la mujer a la que, sin
conocer, tan bien conocía.
Pasó de largo la princesa, y el
caballero torció las riendas de Destino, a galope tendido su corazón
tras la estela escarlata de pétalos infinitos.
Israel Rodríguez.
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