A las 7:57, como cada mañana desde hacía demasiados años, Domínguez fichó en
el portal de entrada, llegó a su cubículo y se acomodó en la silla. A las 8:01 encendió el ordenador y escribió en el buscador de internet el
nombre de un diario deportivo en el que consultar los resultados de la
quiniela futbolística: primero A, luego S. Tenía que llegar ese golpe de suerte que se merecía, joder. Se sorprendió cuando la función "autocompletar" de Google le mostró una realidad, la suya, de una manera inobjetable, demoledora. Asco de vida.
Pero era la inyección de valor que necesitaba para tomar La Gran
Decisión. Un minuto más tarde, a las 8:02, su cuerpo yacía despedazado
sobre el techo de una furgoneta de reparto, veintiún pisos más abajo.
Israel Rodríguez
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